Asha, Waris, Adriana, Jasmine, Fatuma, Balquis, Begoña y más: conocé a nuestras principales entrevistadas para la cobertura sobre Mutilación Genital Femenina.

Existen mujeres revolucionarias de las que quizás no escuchaste hablar. Mujeres que con sus acciones cambian la realidad de muchas otras. Ellas abrieron la puerta a discutir temas de los que “no se habla”, trabajan muy duro para que la calidad de vida mejore y son ejemplo de una vida dedicada a ayudar al otro. Son once personas con las que nos encontramos al investigar sobre la mutilación genital femenina y nos enseñaron a comprender que existe un cambio posible, un futuro mejor para las niñas que vendrán.
Waris Dirie

El mundo la conoce como La flor del desierto, supermodelo, chica Bond, vocera de la ONU, activista, y primera mujer en el mundo en poner la lucha contra la mutilación genital femenina en la agenda internacional. Leé acá el perfil de vida de una mujer inigualable, por Eduardo Bejuk.
Asha Ismail

Asha es una guerrera, una sobreviviente que lucha todos los días para salvar a mujeres que no conoce, para evitar que otras pasen por lo que ella padeció. Una mujer que sufrió violencia en todas sus formas y nunca accedió a tomar esas acciones como aceptables, como parte de la vida que le tocó. De niña se rebeló en contra de los mandatos que le imponía la sociedad somalí musulmana en la que se crió en la década del 70 en Kenia. Tenía tan solo 5 años cuando la mutilaron y en ese instante de dolor profundo entendió que aquella tradición no podía estar bien. “Le dije a mi madre ‘¿por qué me habías hecho esto? Yo si tengo una hija no le voy a hacer esto’”. Años después, esa misma convicción la llevaría a huir con su pequeña hija de un matrimonio arreglado por su familia. Era preferible alejarse de todo lo que conocía antes de hacer pasar a su niña por la mutilación genital femenina. Sola con su bebé comenzó a trabajar para la Cruz Roja y luego en Médicos Sin Fronteras. Allí se enamoró de un español con el cual vivió en Kenia, Tanzania y Ecuador, antes de radicarse en España. Convirtió su convicción en una profesión y, como activista por los derechos humanos, creó en 2007 la asociación Save a Girl Save a Generation, cuya misión es acabar con la mutilación genital femenina, el sistema de dotes y el matrimonio forzado. Trabajan tanto en España como en Kenia, en concientizar a la población sobre la prevalencia de este acto y ayudan directamente a las sobrevivientes. En Nairobi tienen una casa de acogida en donde reciben a mujeres y niñas que escapan de la mutilación y de matrimonios forzados.
Adriana Kaplan Marcusán

Adriana tenía 19 años cuando tuvo que emigrar de Argentina. Era 1976, la dictadura amenazaba y perseguía a los jóvenes universitarios. Sus amigos habían sido detenidos. Hoy están desaparecidos. Llegó a España como migrante y dedicó su vida profesional a investigar otras culturas y sumergirse en el estudio de las migraciones del África subsahariana a Europa. En Barcelona se doctoró en antropología social y cultural, y trabajó en Gambia, Senegal y Guinea Bissau sobre aspectos relacionados a la salud sexual y reproductiva, y específicamente a la mutilación genital femenina. “Entendí que la antropología algo podía hacer, podía traer luz. Primero, para entender. Porque la primera pregunta que yo me he hecho es: ¿Cómo es posible que una madre que ha pasado por este ritual quiera esto para su hija?”. Se convirtió en una referente y comenzó a asesorar a las organizaciones internacionales sobre la problemática (UNFPA, UNDP, UNICEF, UE). Su aporte a la comunidad científica se consolidó cuando creó la Fundación Wassu-UAB, en la que funciona el “Observatorio Transnacional de Investigación Aplicada a la prevención de la Mutilación Genital Femenina”, un organismo que genera conocimiento y lleva un registro certificado de los datos en distintos países europeos y africanos. Datos reales que antes no existían porque nadie contabilizaba. Su compromiso con la comunidad la llevó a pasar temporadas instalada en Gambia para poder conocer la profundidad y comprender por qué esta práctica bestial es una tradición y un rito de paso en las comunidades. Su lucha es comprometida y constante para buscar la igualdad de oportunidades para las mujeres.
Jasmine Abdulcadir

Jasmine es una mujer marcada por su árbol genealógico, que dedicó su carrera profesional a ayudar a las mujeres de la comunidad de su padre. Nacida en Italia, es hija de un médico ginecólogo somalí y una sexóloga italiana, ambos revolucionarios para su época y su contexto social. Su padre se convirtió en ginecólogo para poder ayudar a su madre y a sus hermanas a no sufrir más. Jasmine creció sabiendo que se practicaba la mutilación genital femenina por la herencia cultural de su familia paterna. Creció escuchando historias sobre el dolor y las consecuencias de esta práctica. Hoy es ginecóloga y obstetra, y es la responsable de la Unidad de Emergencia Ginecológica del Hospital Universitario de Ginebra, en Suiza. Allí implementó un sistema que brinda educación sexual, prevención, apoyo psicológico y médico a pacientes sobrevivientes de mutilación. Realiza cirugías de reconstrucción vaginal y les ofrece un espacio seguro para poder hablar, recibir tratamiento y conocer las posibilidades que tienen. “Cada paciente que viene a nuestra consulta ha vivido algo distinto y tiene una cultura distinta, y entonces para curarla, escucharla y acogerla hay que adaptarse a lo que ha vivido”.
Fatuma Hakar

Fatuma decidió que la tradición no es más importante que la salud. Como niña keniana de familia somalí pasó de niña por la mutilación genital femenina porque su familia lo entendía como un rito de paso hacia la vida adulta. “Al día de hoy puedo sentir en el cuerpo lo que viví ese día”. Eran alrededor de veinte niñas y la mutiladora usaba la misma cuchilla para cortar a cinco o seis, hasta que el filo no servía más. Nunca olvidó la sensación de traición que sintió hacia sus padres. El trauma se instaló en su cuerpo y las complicaciones de salud se convirtieron en una rutina que se repitió todos los meses de su vida, cada vez que menstruaba. Con el tiempo se casó, en un matrimonio arreglado por sus padres, y se fue a vivir a Inglaterra. Tuvo 6 hijos y cuando sus hijas tuvieron la edad correspondiente decidió que no iban a pasar por la mutilación. “Tiene que terminar conmigo. No quería que continuara. Y les dije que no. Mi hija no sería cortada, terminará conmigo. Yo lo viví. Conozco el efecto. Conozco el daño, conozco el dolor. Entonces no quiero que mis hijas vivan eso”. Claro, viviendo en Inglaterra no fue un problema porque al estar prohibido por ley, es un tema del cual no se habla. Pero cuando decidieron volver a vivir a Kenia, las compañeras de colegio de sus hijas les hacían bullying por no estar mutiladas. Las niñas le suplicaban que las mutile para poder ser igual al resto. Las lágrimas de su hija siendo acosada fueron el detonante para que Fatuma decidiera convertirse públicamente en activista. Así creó GirlKind Kenya, una ONG que lucha en contra de la mutilación genital femenina y brinda cursos de costura e informática a las mujeres que buscan una salida laboral para poder ser independientes y tener un sostén económico sin depender de un matrimonio arreglado.
Balquis Dahir

Describe la libertad como la posibilidad de decidir por su cuenta, sin consultarle a nadie. La felicidad, para ella, es hacer lo que quiera en el momento y el amor representa el respeto, el valor y el sacrificio. Balquis es una joven libre en una sociedad en la que no todas las mujeres pueden serlo. “¿Por qué uso el velo? Porque quiero, no me siento cómoda sin él y siento que me respeto a mí misma cuando lo uso.” Ella vive en Nairobi, la capital de Kenia, y trabaja como asistente social en Save a Girl Save a Generation, una fundación que asiste a mujeres que pasaron por la mutilación genital femenina y por matrimonios forzados. “Quiero ser alguien que traiga cambios a su comunidad. Quiero ser un ejemplo para las niñas y que quieran ser como yo”. Balquis es un ejemplo de una nueva generación de mujeres valientes y libres que rompen con las tradiciones impuestas y crean un nuevo futuro.
Begoña Galán Elvira

Begoña sabe lo que es trabajar en terreno. Escucha a diario historias de sufrimiento, de rechazo y de desigualdad de género, y está convencida de que el futuro va a ser mejor. Como trabajadora social, coordina los proyectos de la ONG Save a Girl Save a Generation en Kenia. Vive en una cultura distinta a la de su país de origen (España) y tuvo que comprender la profundidad del arraigo a las tradiciones para poder trabajar en un cambio posible. “Para mí la clave, sin duda, es la propia comunidad, las propias protagonistas y las mujeres de la comunidad, teniendo la oportunidad de hacer este cambio. O sea, no se trata de que alguien extranjero venga… Que yo, quién sea, diga “qué barbaridad”, venga y haga el cambio. Se trata de que las mujeres protagonistas, las supervivientes de este tipo de violencias, sean ellas las que quieran este cambio”.
Emily Kadiatu Gogra

La viceministra de Educación Secundaria Básica y Superior de Sierra Leona es una mujer respetuosa de la cultura y las tradiciones. Entiende que los cambios no suceden de la noche a la mañana y desea trabajar en acciones concretas que tengan un efecto a largo plazo. Si bien se puede discernir en que estos tiempos no son efectivos en combatir una emergencia de salud, Emily Kadiatu Gogra está enfocada en que su gestión logre que las niñas tengan un mayor acceso a la educación. Ella considera que la educación en consenso con los líderes tribales de los pueblos es la solución para combatir la mutilación genital femenina, práctica que en Sierra Leona tiene una prevalencia de más del 80%. “Intentamos educar lo más posible a los niños, los educadores y los interesados para erradicar esta práctica”. Es una de las mujeres líderes parte de un gobierno en su mayoría masculino y destaca que, poco a poco, la impronta femenina comienza a ganar espacio para poder discutir estos temas en el Congreso nacional.
Cornelia Strunz

¿Cómo llega una médica alemana de una familia tradicional de médicos a dedicar su vida a curar mujeres inmigrantes sobrevivientes de la mutilación genital femenina? Cornelia es cirujana. Su abuelo y su abuela eran médicos en Berlín, su madre es médica general y su padre cirujano maxilofacial. De sus cuatro hermanas, tres también eligieron la medicina, pero ella decidió que su profesión iría más allá del consultorio. Con sus pacientes, o “sus mujeres”, como prefiere nombrarlas, mantiene una relación que traspasa los horarios de atención y las formalidades del hospital. La Dra. Strunz decidió comprometerse con la causa y dirige el centro Desert Flower de Berlín, en el que se brinda un apoyo holístico a las sobrevivientes de mutilación genital femenina. No solo se atienden sus consultas ginecológicas, se les ofrece tratamientos para tratar el dolor e incluso la posibilidad de realizar cirugías que mejoran la calidad de vida. Si no que también se brindan talleres de oficios, grupos de terapia grupal y se incentiva a crear una comunidad entre las pacientes para que puedan acompañarse en los procesos de sanación. “Crecí felizmente en Berlín y simplemente quiero ayudar a estas mujeres que confían en mí y me cuentan sus historias. También noto que a las mujeres les va bien después de la operación. La mayoría está extremadamente feliz y me regalan una sonrisa y un abrazo. Eso me impulsa a seguir adelante, porque simplemente veo lo importante y valioso que es nuestro trabajo aquí y cómo realmente podemos cambiar sus vidas a través de la operación.”
Suna

Suna quiere cambiar su destino. Vive en Mororo, un barrio popular del interior de Kenia en donde las calles son de tierra, las casas son carpas de retazos de lonas tejidas entre sí y un baño se comparte entre varias familias. Se crió en un entorno en donde la mutilación genital femenina era lo esperable para las niñas, un rito de paso indispensable para que sean mujeres dignas. “Todas las mujeres con las que se cruzaron en el barrio fueron mutiladas, incluso las niñas”. A ella se lo practicaron a los 7 años y recuerda cada instante como si hubiese sucedido ayer. “Mi madre no estaba de acuerdo en que me lo hicieran pero fue mi abuela la que me llevó. Cuando mi madre se enteró, se enfureció pero no había nada por hacer, ya me habían cortado”. A medida que fue creciendo entendió que no quería que otras niñas sufran lo que ella vivió y formó junto a otros hombres del barrio la fundación Mororo Interfaith CBO. Desde esta organización, brindan apoyo económico a las niñas del barrio, acompañamiento escolar y seguimiento en los casos de peligro de matrimonio infantil. “Ya la perdoné a mi abuela, no creo que haya querido dañarme si no que estaba siguiendo la cultura en la que creía”, nos contó cuando la conocimos en la oficina de la ONG.
Hayat Traspas Ismail

Hayat significa “vida” en árabe y tiene una historia que contar desde el momento de su nacimiento. “Nací dentro de un taxi frente al hospital, y la enfermera que vino a ayudar a mi madre y le salvó la vida se llamaba Hayat”. Claro, su madre es Asha Ismail, activista y superviviente de la mutilación genital femenina. En ese momento, estaba viviendo en Somalia y era el año 1989. Asha había sido casada por su familia con un hombre al cual no amaba y debía parir a su hija estando infibulada. Ese día ambas estuvieron cerca de la muerte y Hayat, la enfermera, las rescató. Desde ese instante, hubo un renacer en la vida de ambas y comenzaron un camino juntas que las llevaría a recorrer el mundo luchando por sus derechos. Hace más de 20 años que se instalaron en España y desde allí fundaron juntas la organización Save a Girl Save a Generation. Trabaja codo a codo con “la jefa”, como le dice en horarios laborales a su madre, y comparten la vida con sus dos hijas a las que cría en un mundo libre y con conciencia del poder femenino. Hayat es la primera mujer en su familia que no pasó por la mutilación genital femenina y desea que muchas otras puedan serlo.
“La manera de acabar con esto es la educación, la sensibilización, trabajar dentro de las comunidades.”
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Texto: Camila Valero