Es el país del norte de África al que intentan llegar la mayoría de los migrantes del continente. Desde allí se lanzan al mediterráneo en busca de llegar a Europa: tan solo 180 kilómetros de mar los alejan de la isla de Lampedusa, en Italia. Desde el 2023 creció una ola de violencia y discriminación contra los migrantes, promovida por el presidente tunecino, Kaïs Saied.

Túnez es históricamente uno de los países más abiertos del magreb, la zona del norte de África conformada por países de población mayormente árabe. Conformado por Marruecos, Algeria, Túnez, Libia y Egipto, el África magrebí es la principal puerta de salida hacia Europa, porque comprender todo el territorio costero del norte. Sin embargo, la distribución de la migración no es pareja sino que se concentra principalmente en Túnez y Libia, quienes a su vez tienen mayor cercanía con las islas de Malta o Lampedusa (Italia).
Marruecos por su parte fue y es una entrada permanente de migrantes que intentan llegar a España con solo atravesar la valla de Melilla o Ceuta, grandes muros que los separan de llegar a enclaves españoles en territorio africano. Sin embargo, en el último año los controles de fronteras se reforzaron poderosamente para desalentar esa ruta.
En este contexto, Túnez se convirtió en uno de los países más convenientes para los migrantes subsaharianos. Durante muchos años, además, Túnez era un destino final para muchos migrantes, que llegaban hasta el país árabe para instalarse y trabajar allí, sin deseos de avanzar a Europa. Sin embargo, en marzo del 2023 la situación cambió. En Túnez apenas del 15% de la población es de origen subsahariano (como le llaman en la zona a la población negra). La mayoría es en cambio de origen árabe (lo es en todo en magreb). Esto no fue mayor problema durante mucho tiempo, pero en marzo del 2023 el presidente Kaïs Saied pronunció unas palabras que desataron el desastre. Básicamente, culpó a las “hordas de clandestinos” de romper el equilibrio demográfico del país. Dijo que había un complot en marcha para suplantar a la población árabe del país por población negra.

Las consecuencias fueron inmediatas: mucha gente empezó a discriminar a la población subsahariana dentro del país, tanto a migrantes eventuales como a personas establecidas, y el contexto de violencia se extendió a las fuerzas de seguridad, que comenzaron a realizar arrestos masivos de migrantes y deportar clandestinamente a muchos de ellos hacia el desierto que separa Túnez de Libia. Así, la población de personas en movimiento hacia Europa comenzó a ser perseguida mientras, a su vez, el gobierno de Said acordaba con la Unión Europea contener sus fronteras y comenzaron a crecer los push-backs y los bloqueos de salidas de embarcaciones. (Si querés entender mejor qué son los push-backs o cómo funciona la ruta migratoria en sí, podés hacerlo en esta otra nota).
Es importante destacar que Túnez ha sido históricamente un país de emigración, con muchos tunecinos buscando oportunidades en Europa y otros lugares. Sin embargo, en las últimas décadas, el país también ha experimentado un aumento en la llegada de migrantes y refugiados de países vecinos, como Libia y países del África subsahariana, debido a conflictos, inestabilidad política y falta de oportunidades en dichas naciones.

Uno de los principales desafíos que enfrentan los migrantes en Túnez es la falta de un marco legal y político claro para abordar su situación. Aunque el país ha tomado medidas para regularizar la situación de algunos migrantes y refugiados, como la adopción de una ley de asilo en 2018, aún persisten desafíos en términos de acceso a derechos básicos, como la educación, la atención médica y el empleo. Pero las palabras del presidente lanzaron todos los acuerdos sociales por la borda.
La situación de los migrantes irregulares es especialmente compleja, ya que enfrentan riesgos de explotación, discriminación y violencia, además de la posibilidad de ser detenidos y deportados. A pesar de los esfuerzos de organizaciones internacionales y locales para brindar asistencia y protección a los migrantes, las capacidades y recursos siguen siendo limitados, al punto que hoy hay miles de migrantes escondidos en los campos de olivos junto a la costa. Viven allí en condiciones precarias a la espera de que los controles de la guardia costera en el mar se calmen y así poder lanzarse en barcazas rumbo a Lampedusa. Antártica Press estuvo en territorio y pudimos tomar diferentes testimonios que serán parte del próximo documental.

La Situación en Sfax
Sfax es una ciudad costera en el centro-este de Túnez conocida por su actividad portuaria y su papel como centro económico e industrial en el país. Es también el lugar donde convergen los mayores desafíos para los migrantes, pero también sus mayores esperanzas de partir. Todo migrante que llega a Túnez sabe que, cuando llegue el momento de partir, lo hará a través de Sfax, por ser la ciudad de mayor cercanía con la isla de Lampedusa, en Italia, a solo 188 kilómetros en línea recta.
Sfax en el pasado ya ha sido destino para migrantes y refugiados, tanto para aquellos que buscaban oportunidades de llegar a Europa tras huir de conflictos y persecuciones en sus países de origen, como para quienes querían instalarse y quedarse a vivir en sus costas. Esta diversidad de migrantes ha enriquecido la vida social y cultural de la ciudad, pero también ha planteado desafíos en términos de integración y convivencia.
Uno de los desafíos más importantes es la falta de oportunidades laborales y el acceso limitado a servicios básicos para muchos migrantes en Sfax. Muchos de ellos se encuentran en situación irregular y enfrentan dificultades para encontrar empleo formal, lo que los lleva a trabajos informales y precarios. Sumado a la persecución policial: hoy cualquier migrante subsahariano que camina por sus calles puede ser detenido arbitrariamente, por eso mismo los migrantes se instalaron escondidos en los bosques de olivos de las proximidades de la ciudad, pegados al mar, donde tienen cierta tranquilidad (algunos días) pero ausencia absoluta de cualquier servicio esencial.


La Travesía por el Desierto entre Túnez y Argelia o Libia
Cruzar la frontera a través del desierto entre Túnez y Argelia es una misión exigente y peligrosa que enfrentan muchos migrantes en busca de oportunidades o seguridad. Como si debieran pasar por el infierno necesariamente para alcanzar un futuro mejor. Esta travesía, marcada por desafíos extremos, delincuencia casi asegurada y riesgos mortales (literalmente hablando), pone de relieve la complejidad y la urgencia de abordar las causas subyacentes de la migración: ¿qué puede estar pasando en los países de origen para que las personas elijan poner en juego su suerte en caminos plagados de amenazas? La necesidad de mejorar la protección de los derechos humanos en la región es urgente, pero tan urgente como postergada. Cada persona que cruza el desierto se expone a robos, violaciones, detenciones, además de los riesgos propios del terreno.
Uno de los principales desafíos que enfrentan los migrantes en esta ruta es la inhóspita geografía del desierto, caracterizada por extensas áreas desérticas, altas temperaturas y condiciones climáticas extremas. Esto hace que la travesía sea peligrosa y agotadora, con el riesgo de deshidratación, agotamiento y muerte para aquellos que intentan cruzar a pie o en vehículos precarios.
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Además de los desafíos geográficos, los migrantes también enfrentan riesgos asociados con la presencia de redes de contrabando y tráfico de personas en la región. Estas redes están naturalizadas en la ruta migratoria y de hecho quienes las llevan adelante no se consideran a sí mismos delincuentes sino tan solo “facilitadores”, en algunos casos incluso se habla de ellos como “agentes de viaje”, dejando de lado que ofrecen pasajes a precio vil y que en muchísimas ocasiones terminan en naufragios y a veces en la muerte. Operan clandestinamente y a menudo explotan la vulnerabilidad de los migrantes, exigiendo pagos exorbitantes a cambio de facilitar su paso a través de la frontera, sin garantizar su seguridad ni respetar sus derechos humanos.
La falta de infraestructura y recursos para la vigilancia y el control fronterizo también contribuye a la vulnerabilidad de los migrantes en esta ruta. La escasez de puntos de control oficialmente reconocidos y la presencia de áreas desérticas remotas facilitan la actividad de contrabandistas y traficantes, aumentando los riesgos para la seguridad y el bienestar de los migrantes.
En términos de protección de derechos, la situación es aún más preocupante. Los migrantes que logran cruzar la frontera enfrentan la posibilidad de detención arbitraria, deportación sumaria y violaciones de sus derechos humanos por parte de las autoridades locales. La falta de mecanismos efectivos de protección y acceso a asistencia legal y humanitaria agrava la vulnerabilidad de los migrantes en la región.

Postal de la cobertura: tres chicos de Sudán miran un partido de fútbol improvisado de otros compañeros migrantes en un campamento mayormente de sudaneses (tanto de Sudán del sur como de Sudán del norte). Viven cerca de 300 personas en una plaza cerca de las oficinas de ACNUR, en la ciudad de Túnez, la capital del país.